Partido Revolucionario de los Comunistas de Canarias: Es muy conocido el precepto según el cual el revolucionario debe moverse entre las masas populares como el pez en el agua. Y que debe estar obligatoriamente donde estén las masas, integrado en cada lucha reivindicativa, situado en la primera fila de cada movilización y a la vanguardia de la defensa de los derechos de los pobres y los oprimidos.
Sin embargo, algunos, por ignorancia o por vanidad, entienden esto como que el líder político es el protagonista y el intérprete imprescindible que, suplantando a los trabajadores, se separa y se distingue de ellos, asumiendo ilegítimamente su representación.
Así, progresivamente, se dedican a filtrar a través de su prisma personal, cada vez más pequeñoburgués y pagado de sí mismo, colmado de su orgullo de “jefes” y de su inmodestia, los verdaderos intereses inmediatos y generales del pueblo, convencidos de que sólo ellos están capacitados para decidir qué deben pensar y qué deben hacer los trabajadores.
El pobre y limitado horizonte teórico que les caracteriza, les conduce inevitablemente a la soberbia y la pedantería, transformándolos rápida e irreversiblemente en burócratas engreídos. Llegados a este punto, los “líderes dirigentes” y los “militantes” de estos grupos sociales, sindicales y políticos reformistas y burocratizados, insisten en disminuir la importancia de las labores de agitación, propaganda y organización de las masas populares, limitándose a lanzar consignas y llamamientos que, supuestamente, deben ser obedecidos y seguidos al pie de la letra, aunque los trabajadores no hayan participado en la discusión ni en la elaboración de tales consignas y movilizaciones.Suele ocurrir que cuando el llamamiento lanzado por ellos no obtiene la esperada respuesta, los burócratas terminan por culpar al pueblo de lo que no son más que sus propios errores teóricos, políticos y organizativos. Y tampoco es raro que, justificándose interesadamente en la “apatía” y la “ignorancia” del pueblo, se conviertan en colaboradores del Estado burgués acordando, en nombre de los trabajadores y a espaldas de éstos, pactos y arreglos favorables a los empresarios explotadores y las instituciones de su Estado.
Alérgicos al trabajo político de masas, siempre incómodos ante la participación directa y asamblearia de los verdaderos protagonistas de los cambios sociales, pasan el tiempo entre reuniones y discusiones endógenas, debates bizantinos alejados de una realidad social que no quieren ver y que, en el fondo, les interesa poco y manifestándose con sus “militantes” pensando más en la prensa burguesa y en las cadenas de televisión, que en la concienciación y la participación de las masas.
Bajo la presión de la explotación y la opresión de la sociedad burguesa, los trabajadores reaccionan espontáneamente con rebeldía, protestas y, por último, con la lucha abierta contra el deterioro de sus condiciones de vida, los recortes de derechos laborales, la degradación de los servicios públicos, la carestía y el desempleo.
Los comunistas, como vanguardia organizada y consciente de la clase obrera, debemos integrarnos en estas luchas no para encauzarlas y neutralizarlas “democráticamente”, como hacen los socialdemócratas de todo pelaje y color con la intención de que en ningún caso se cuestionen las bases fundamentales de la sociedad burguesa: la propiedad privada de los medios de producción y el monopolio de la violencia en manos del Estado de los banqueros y los grandes empresarios capitalistas, sino para sustituir la espontaneidad y la anarquía por la conciencia y la organización.
Dotar al movimiento reivindicativo espontáneo de las masas de la necesaria coherencia teórica, ideológica y política. Elevar el nivel de conciencia de los trabajadores explicando, paciente y sistemáticamente, el origen y las causas de su situación. Sintetizar en consignas claras y justas la esencia de las necesidades y las aspiraciones populares.
Demostrar y descubrir, por medio de una propaganda eficaz y de una agitación masiva, sistemática y planificada, que sólo la participación consciente de todo el pueblo permite arrancar al Estado burgués ciertas mejoras y reformas favorables a los trabajadores y que, en definitiva, únicamente la destrucción del régimen social capitalista basado en la explotación del hombre por el hombre nos permitirá acceder a la sociedad socialista de la verdadera democracia, de la justicia, de la solidaridad entre todos los seres humanos y de la paz.
Por supuesto que para lograr que los trabajadores, o al menos sus capas más avanzadas, alcancen un nivel de conciencia política y de organización suficientes, es necesario que los revolucionarios dediquen mucho tiempo y mucho esfuerzo para contrarrestar la labor de los aparatos ideológicos y propagandísticos del Estado burgués, que predican constantemente el individualismo y la desorganización, denigran la lucha de los pueblos contra el capitalismo y el imperialismo, y llaman al desprecio de la actividad política democrática y revolucionaria.
Sí, lo sabemos, esto es “muy difícil”. Pero a ningún verdadero revolucionario, y mucho menos a un comunista, la dificultad de la tarea puede resultarle una excusa para renunciar a combatir al enemigo de clase en todos los terrenos. Por eso debemos dar la batalla ideológica con la misma intensidad y decisión que la batalla económica y la batalla política.
Y esta labor debe hacerse inexcusablemente en el seno de las masas, recogiendo de ellas y tomando siempre en consideración su estado de ánimo y su espíritu de lucha, estimulando su participación en la toma de decisiones a todos los niveles.
Aquí es importante evitar plantear tareas o consignas que los trabajadores no estén todavía preparados para comprender y defender conscientemente, es decir, no adelantarse a las masas sino dedicar todo el tiempo que sea necesario a la propaganda y la formación. Y, por otro lado, no subestimar el nivel revolucionario alcanzado, a través del aprendizaje de las luchas sectoriales y por reformas, por la clase obrera, lo que nos llevaría a retrasarnos en relación a ella.
Y, desde luego, no tratar nunca de sustituir a las masas populares. Huir de la idea arrogante de que nuestras teorías y nuestras ocurrencias individuales o de partido son las mejores y no tienen discusión. Por el contrario, mantenerse siempre dispuestos a aprender de las masas que, con frecuencia, superan a su propia vanguardia en los momentos en que se agudiza la lucha de clases.
Los comunistas formamos parte de la clase obrera pero no estamos “por encima” de ella. Se supone que debemos constituir la vanguardia organizada de la clase. Pero esto hay que demostrarlo cada día en el trabajo político de agitación, propaganda y organización, en el estudio y la reflexión política, y desde la humildad y la autocrítica que nos libre del individualismo, la soberbia y los reflejos intelectuales e ideológicos pequeñoburgueses.
Sin embargo, algunos, por ignorancia o por vanidad, entienden esto como que el líder político es el protagonista y el intérprete imprescindible que, suplantando a los trabajadores, se separa y se distingue de ellos, asumiendo ilegítimamente su representación.
Así, progresivamente, se dedican a filtrar a través de su prisma personal, cada vez más pequeñoburgués y pagado de sí mismo, colmado de su orgullo de “jefes” y de su inmodestia, los verdaderos intereses inmediatos y generales del pueblo, convencidos de que sólo ellos están capacitados para decidir qué deben pensar y qué deben hacer los trabajadores.
El pobre y limitado horizonte teórico que les caracteriza, les conduce inevitablemente a la soberbia y la pedantería, transformándolos rápida e irreversiblemente en burócratas engreídos. Llegados a este punto, los “líderes dirigentes” y los “militantes” de estos grupos sociales, sindicales y políticos reformistas y burocratizados, insisten en disminuir la importancia de las labores de agitación, propaganda y organización de las masas populares, limitándose a lanzar consignas y llamamientos que, supuestamente, deben ser obedecidos y seguidos al pie de la letra, aunque los trabajadores no hayan participado en la discusión ni en la elaboración de tales consignas y movilizaciones.Suele ocurrir que cuando el llamamiento lanzado por ellos no obtiene la esperada respuesta, los burócratas terminan por culpar al pueblo de lo que no son más que sus propios errores teóricos, políticos y organizativos. Y tampoco es raro que, justificándose interesadamente en la “apatía” y la “ignorancia” del pueblo, se conviertan en colaboradores del Estado burgués acordando, en nombre de los trabajadores y a espaldas de éstos, pactos y arreglos favorables a los empresarios explotadores y las instituciones de su Estado.
Alérgicos al trabajo político de masas, siempre incómodos ante la participación directa y asamblearia de los verdaderos protagonistas de los cambios sociales, pasan el tiempo entre reuniones y discusiones endógenas, debates bizantinos alejados de una realidad social que no quieren ver y que, en el fondo, les interesa poco y manifestándose con sus “militantes” pensando más en la prensa burguesa y en las cadenas de televisión, que en la concienciación y la participación de las masas.
Bajo la presión de la explotación y la opresión de la sociedad burguesa, los trabajadores reaccionan espontáneamente con rebeldía, protestas y, por último, con la lucha abierta contra el deterioro de sus condiciones de vida, los recortes de derechos laborales, la degradación de los servicios públicos, la carestía y el desempleo.
Los comunistas, como vanguardia organizada y consciente de la clase obrera, debemos integrarnos en estas luchas no para encauzarlas y neutralizarlas “democráticamente”, como hacen los socialdemócratas de todo pelaje y color con la intención de que en ningún caso se cuestionen las bases fundamentales de la sociedad burguesa: la propiedad privada de los medios de producción y el monopolio de la violencia en manos del Estado de los banqueros y los grandes empresarios capitalistas, sino para sustituir la espontaneidad y la anarquía por la conciencia y la organización.
Dotar al movimiento reivindicativo espontáneo de las masas de la necesaria coherencia teórica, ideológica y política. Elevar el nivel de conciencia de los trabajadores explicando, paciente y sistemáticamente, el origen y las causas de su situación. Sintetizar en consignas claras y justas la esencia de las necesidades y las aspiraciones populares.
Demostrar y descubrir, por medio de una propaganda eficaz y de una agitación masiva, sistemática y planificada, que sólo la participación consciente de todo el pueblo permite arrancar al Estado burgués ciertas mejoras y reformas favorables a los trabajadores y que, en definitiva, únicamente la destrucción del régimen social capitalista basado en la explotación del hombre por el hombre nos permitirá acceder a la sociedad socialista de la verdadera democracia, de la justicia, de la solidaridad entre todos los seres humanos y de la paz.
Por supuesto que para lograr que los trabajadores, o al menos sus capas más avanzadas, alcancen un nivel de conciencia política y de organización suficientes, es necesario que los revolucionarios dediquen mucho tiempo y mucho esfuerzo para contrarrestar la labor de los aparatos ideológicos y propagandísticos del Estado burgués, que predican constantemente el individualismo y la desorganización, denigran la lucha de los pueblos contra el capitalismo y el imperialismo, y llaman al desprecio de la actividad política democrática y revolucionaria.
Sí, lo sabemos, esto es “muy difícil”. Pero a ningún verdadero revolucionario, y mucho menos a un comunista, la dificultad de la tarea puede resultarle una excusa para renunciar a combatir al enemigo de clase en todos los terrenos. Por eso debemos dar la batalla ideológica con la misma intensidad y decisión que la batalla económica y la batalla política.
Y esta labor debe hacerse inexcusablemente en el seno de las masas, recogiendo de ellas y tomando siempre en consideración su estado de ánimo y su espíritu de lucha, estimulando su participación en la toma de decisiones a todos los niveles.
Aquí es importante evitar plantear tareas o consignas que los trabajadores no estén todavía preparados para comprender y defender conscientemente, es decir, no adelantarse a las masas sino dedicar todo el tiempo que sea necesario a la propaganda y la formación. Y, por otro lado, no subestimar el nivel revolucionario alcanzado, a través del aprendizaje de las luchas sectoriales y por reformas, por la clase obrera, lo que nos llevaría a retrasarnos en relación a ella.
Y, desde luego, no tratar nunca de sustituir a las masas populares. Huir de la idea arrogante de que nuestras teorías y nuestras ocurrencias individuales o de partido son las mejores y no tienen discusión. Por el contrario, mantenerse siempre dispuestos a aprender de las masas que, con frecuencia, superan a su propia vanguardia en los momentos en que se agudiza la lucha de clases.
Los comunistas formamos parte de la clase obrera pero no estamos “por encima” de ella. Se supone que debemos constituir la vanguardia organizada de la clase. Pero esto hay que demostrarlo cada día en el trabajo político de agitación, propaganda y organización, en el estudio y la reflexión política, y desde la humildad y la autocrítica que nos libre del individualismo, la soberbia y los reflejos intelectuales e ideológicos pequeñoburgueses.
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