La humanidad no está condenada, de manera inexorable, a existir en un mundo de guerras. El surgimiento de las sociedades divididas en clases, que determinaron la formación de imperios colonizadores, hegemonistas y expansionistas, fueron el punto de partida de continuas y prolongadas conflagraciones bélicas entre naciones y de sangrientos conflictos internos en numerosos países, hasta nuestros días. En la era actual del imperialismo, que identificamos como la fase superior y última del desarrollo capitalista, los intereses voraces de los grandes monopolios transnacionales y, particularmente, del poderoso complejo militar industrial y financiero, hacen de los conflictos bélicos una necesidad del modelo de dominación global. Podemos entonces concluir: la paz es intrínseca a la humanidad, tanto como la guerra es inseparable del imperialismo.
II
La contradicción principal presente y en desarrollo, en el actual momento histórico del planeta, es imperialismo versus humanidad. Por lo tanto, nunca había tenido más vigencia que ahora la tesis de la necesidad de la unidad de los pueblos del mundo contra el imperialismo. En el caso de América Latina y el Caribe, el imperialismo estadounidense, la más poderosa y peligrosa potencia imperialista nunca antes conocida, ha activado una ofensiva en contra de nuestros pueblos y, de manera particular, hacia los países que han iniciado procesos nacionales de liberación, por el rescate de sus soberanías, atreviéndose además a activar mecanismos e instancias de integración independiente, bajo la inspiración del pensamiento bolivariano. En el centro de esa ofensiva imperialista está Venezuela y, más concretamente, la Revolución Bolivariana y su líder, el Presidente Hugo Chávez. Ante esa realidad, hemos sostenido la necesidad de la unidad nacional antiimperialista y su expresión en un frente amplio político y social para la defensa de la patria y para consolidar el proceso de liberación nacional (al parecer hemos comenzado a construirlo con la Alianza Patriótica), un frente de esa naturaleza hay que forjarlo en toda América Latina.
III
Sostenemos que la fuerza social más importante de esa amplia alianza antiimperialista, debe ser de manera consciente la clase trabajadora, por supuesto, en unidad estratégica con el resto de los sectores populares. La clase trabajadora, según nos enseña la historia, es el sujeto social determinante de la revolución socialista y, nuestro proceso revolucionario no puede quedarse en los objetivos de la liberación nacional, es indispensable que avance y trascienda hacia los objetivos de la liberación social, romper las cadenas de la explotación capitalista, construir el socialismo. Si la revolución se estanca se revierte. Veamos como, en nuestro país, a casi diez años de revolución bolivariana, siguen cometiéndose actos de profunda injusticia: aun hay entidades públicas y empresas transnacionales pisoteando los derechos de las y los trabajadores, imponiendo condiciones de sobreexplotación, como en el caso de la Siderúrgica del Orinoco (SIDOR) allá en el Estado Bolívar, al sur de Venezuela, pero lo importante es que estos hermanos de clase están combatiendo y obteniendo victorias para sí y para todo el pueblo venezolano, como la decisión del presidente Chávez de renacionalizar la siderúrgica y el inicio de la derrota del perverso mecanismo neoliberal de la tercerización. También la unidad y combatividad del movimiento sidorista ha derrotado a un sector burocrático, antisindical y pro oligárquico que, desde el gobierno nacional y regional, pretendían contener y derrotar la acción de la clase trabajadora lo que, en esencia, es contrarrevolución de la más peligrosa.
IV
De acuerdo al programa histórico y universal del proletariado, el Manifiesto Comunista, escrito por los genios de Marx y Engels, la lucha de clases determina el desarrollo social y, por tanto, de manera fundamental, determina el curso de los principales acontecimientos históricos. La lucha de la clase obrera y trabajadora en general, en alianza estratégica con todos los sectores sociales oprimidos por las sociedades capitalistas, debe conducir a la humanidad a un mundo sin antagonismos de clases, es decir a la desaparición de las sociedades divididas en clases y, por tanto, a un mundo de paz. En síntesis, solo la lucha de clases nos conducirá a la paz verdadera.
V
En ese sentido, hay que alertar sobre una cierta paz despreciable, que es un verdadero fiasco, la llamada paz laboral o paz social. Esto es una trampa montada por las clases explotadoras y sus gobiernos para facilitar a los capitales la obtención de la máxima ganancia a través de la sobreexplotación sin ninguna resistencia por parte del movimiento obrero y sindical; no hay que caer en esa trampa cazabobos que propugna la ilusa conciliación de clases. El ascenso y el fortalecimiento de la lucha de la clase trabajadora y de los pueblos, sin tregua, contra el dominio global de los monopolios transnacionales y por suprimir el sistema de explotación capitalista, es la esperanza de un mundo de paz. La clase más consecuente en la lucha antiimperialista es, sin duda, la clase trabajadora.
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