sábado, 18 de octubre de 2008

Miguel Otero Silva y su Premio "Lenin" Por La Paz (1968)

Miguel Otero Silva nació en Barcelona en 1908. A los veinte años, en 1928, inició su aventura política como integrante de la generación que se rebeló contra Juan Vicente Gómez. Miguel se definió pronto como uno de los más intrépidos. Fue involucrado en el golpe del 7 de abril, y no tuvo otra escapatoria que huir de Venezuela. A los 21 años, participa en el asalto a la isla de Curazao, al atardecer del 8 de junio de 1929; está entre los que esa misma noche cruzaron las aguas caribeñas e invadieron la tierra venezolana. en 1930 se une al Partido Comunista de Venezuela, organizacion desde la cual se destaca como militante revolucionario en favor de los intereses del pueblo trabajador.
Veamos la copia textual del fragmento tomado del libro “Tiempo de Hablar” de Otero Silva, editado por la Academia Nacional de la Historia de Venezuela en 1.983: “Sin entrar a discutir si soy o no acreedor a tan alta distinción, debo confesar paladinamente que la obtención del Premio Lenín significa para mí el más precioso motivo de alegría que me ha tocado vivir. Y no tan sólo por la natural ufanía que todo artista experimenta cuando sus faenas de creación le originan algún renombre, sino por tres razones que se nutren de mis más veraces y consistentes inclinaciones,”La primera de esas razones es que el lauro que hoy se me concede, aun cuando ha sido discernido por un organismo de carácter internacional, llega hasta mis manos por intermedio de la Unión Soviética. Yo era un niño cuando se produjo el triunfo de la revolución bolchevique pero, a medida que mi entendimiento iba creciendo, fui percibiendo la trascendental magnitud de aquel sacudón… jamás habían sido quebrantados los basamentos secularmente inconmovibles del Estado y la propiedad privada. Con la victoria de la revolución rusa el socialismo había dejado de ser una utopía visionaria, una especulación filosófica o una sutileza oportunista, para convertirse en la realidad palpitante que Marx y Engels habían propuesto al hombre…”“El segundo y honroso título que este galardón internacional ostenta es el de haber sido instituido bajo el auspicio del nombre de Lenín, figura que se eleva, junto con la de Jesús de Nazareth, como la mente revolucionaria más esclarecida y perdurable que ha dado la raza humana…” “La tercera significación que acrecienta el relieve del Premio Lenín es que su propósito esencial está encaminado a exaltar la importancia de la lucha por la paz y la solidaridad entre los pueblos. Ante los atroces riesgos de muerte que amenazan al hombre, es esa la más noble y apremiante entre las causas…”“No pocas almas ingenuas imaginaron que después de la última guerra mundial, cuyos horrores sobrepasaron el límite de cuanto las fantasías más febriles habían inventado, los estadistas y políticos de todas partes recapacitarían. Era evidente que un nuevo enfrentamiento armado entre las potencias engendraría una matanza indiscriminada de infinitas proporciones, entrañaría la bancarrota total de una civilización y trabajo. La Tierra quedaría surcando el espacio como un planeta loco y deshabitado.”“La última guerra dejó un balance de millones de cadáveres tendidos en los campos de batalla, y de millones de muertos no combatientes que fueron exterminados en sus hogares y en sus lugares de trabajo, y de millones de asesinados en los campos de concentración, y de millones de hectáreas de tierra laborable convertidas en yermo, y de millones de niños abandonados a su desamparo, y de millones de mujeres condenadas para siempre al llanto. Aquella guerra cerró su curso con el aniquilamiento apocalíptico de Hiroshima y Nagasaki, con el estallido de la bomba atómica que trocó la población de dos ciudades en una ronda inmensa de fantasmas llagados, en una procesión siniestra de hombres y mujeres sin párpados y sin labios, envejecidos en plena juventud, amputados para siempre del amor y la alegría.“No ha habido reflexión ni arrepentimiento como las almas ingenuas esperaban. Por el contrario en los laboratorios se fabrican afanosamente proyectiles nucleares aún más infernales que los que exterminaron a dos ciudades japonesas en agosto de 1.945. De ahí que el compromiso más indisoluble para la conciencia de todo hombre libre sea el de esforzarse sin tregua para evitar que las maquinaciones criminales de los armamentistas y belicistas alcancen su objetivo.“Recuerdo que cuando el gran novelista norteamericano William Faulkner vino a Caracas, pocos meses antes de su muerte, sostuvo un coloquio con un grupo de intelectuales venezolanos. Uno de nosotros le preguntó: “¿Qué podemos hacer los escritores y artistas de América, para entorpecer los planes de quienes persiguen una nueva guerra?. Faulkner, pesimista y lacónico, se limitó a responder: “Nothing”, que significa “nada”. Sin embargo, se equivocaba en este caso el genial adelantado de la narrativa contemporánea. Los escritores y artistas de América, norteamericanos y latinoamericanos, pueden hacer mucho; más aún, nos acosa el riguroso deber de hacer lo imposible para impedir que una nueva guerra desangre y mutile a los pueblos del mundo. Nuestra prosa y nuestros versos deben alertar cada día, como clarines inacallables, para condenar todas las guerras, incluso la llamada guerra fría que no es sino un riesgoso amago de la guerra caliente y universal. Nuestras voces deben enronquecer denunciando la carrera armamentista, exigiendo que los exorbitantes presupuestos destinados a tanques y cohetes sean aplicados a la construcción de escuelas, hospitales y caminos. Nuestra palabra debe hacerse oír en periódicos y tribunas, señalando que el incremento desaforado de las industrias de guerra funciona en detrimento y ruina de los recursos naturales, distorsiona el papel del hombre en el contexto del trabajo productivo, pasma el progreso de los países en desarrollo. El privilegio espiritual de ser artista creador lleva consigo la responsabilidad de hacerse digno de tal atributo. Lo cual quiere decir que, aun cuando los políticos y estadistas y militares y hombres de ciencia se nieguen a aceptar la inminencia y la magnitud del peligro, a nosotros, escritores y músicos y pintores y escultores, nos corresponde denunciarlo con todo nuestro aliento, con toda nuestra angustia, con toda nuestra desesperación...”Palabras estas que no son otra cosa que llamas vivas que anidan en los corazones de todos los pueblos de la tierra que claman por la paz.

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