Por: Armiche Padron
El pasado 25 de julio en el Hemiciclo de la Asamblea Nacional, el Presidente Chávez convocó a “crear las nuevas estructuras del Estado Proletario, del Estado Bolivariano”. Antiquísimo objetivo de la izquierda, empero obliga a preguntarnos ¿cómo se logrará en las actuales condiciones?.
En el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, Karl Marx establecía que “la conquista del poder político ha venido a ser, por tanto la gran labor de la clase obrera”. A partir de ahí se procuró concretar la estrategia del proceso de transición al Socialismo, lo cual obligaba a atender y resolver el problema del Estado Burgués.
La socialdemocracia apostó, para alcanzar el Socialismo, por desarrollar reformas sucesivas (laborales, sociales, financieras, políticas, etc.) dentro del Estado Burgués, lo que exigía la ocupación progresiva de los puestos gubernamentales, y la conquista palmo a palmo de cada pieza de la gran maquinaria del Estado. Así, solo la vía parlamentaria y electoral, pacífica y colaboracionista, que priorizara los cambios en el nivel jurídico-político daban sentido al planteamiento de los socialistas.
Por el contrario, los bolcheviques advertimos la urgente necesidad por asaltar al Estado y sembrar en él instancias de contrapoder que expresaran la democracia directa y el Poder Popular, para garantizar su progresiva y segura disolución.
Después de 10 años en este proceso bolivariano, la lógica dominante, funciona en base a la progresiva ocupación burocrática del Estado. La preeminencia de la lógica electoral en los principales instrumentos (MVR y PSUV) así lo demuestran. El desespero por ganar gobernaciones, alcaldías, curules de la AN y hasta las vocerías de los consejos comunales sin importar el medio ni el costo ético, es una obsesión que priva en el accionar de los compatriotas socialistas, dejando de lado el necesario carácter orgánico que se debe tejer en el cuerpo revolucionario de las masas. La idea de teñir de rojo-rojito ministerios, gobernaciones y alcaldías “para que el pueblo gobierne” y el sacrosanto manto divino arrope nuestra patria socialista, no deja de ser un mero deseo que desconoce el hecho de que ese Estado posee una fuerza y una racionalidad propias difícilmente debilitada por esta concepción, y que se expresa en la corrupción, la ineficiencia, el burocratismo, el caudillismo y el infantilismo del que hacen gala muchos cuadros del proceso.
Después de 10 años, una suerte de estatismo burocrático momificado pretende detentar el poder, cuando el mismo no es una sustancia cuantificable que se encuentre en los órganos del Estado y podamos arrebatárselo con las multitudes. Ese estatismo burocrático viene “a paso de vencedores” relegando al olvido la importancia de la lucha de masas en esa estrategia del proceso de transición al Socialismo, y que se expresa en la alienación de los consejos comunales, el fracaso de los fundos zamoranos, el enquistamiento de las misiones sociales y educativas y el desencanto progresivo de las masas.
Impulsar en este momento, un proceso de rupturas específicas en el Estado al calor de la lucha de masas que fortalezca los órganos del Poder Popular; el reordenamiento total de la alianza entre las clases populares respetando el necesario liderazgo de la clase obrera en las diversas trincheras; reconocer las limitaciones y peligros que se encarnan en el principal instrumento de la Revolución, son exigencias básicas del momento que, sumadas al liderazgo inequívoco de Chávez permitirán avanzar hacia el Socialismo y romper esta “crisis de Estado” en la cual nos encontramos.
En el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, Karl Marx establecía que “la conquista del poder político ha venido a ser, por tanto la gran labor de la clase obrera”. A partir de ahí se procuró concretar la estrategia del proceso de transición al Socialismo, lo cual obligaba a atender y resolver el problema del Estado Burgués.
La socialdemocracia apostó, para alcanzar el Socialismo, por desarrollar reformas sucesivas (laborales, sociales, financieras, políticas, etc.) dentro del Estado Burgués, lo que exigía la ocupación progresiva de los puestos gubernamentales, y la conquista palmo a palmo de cada pieza de la gran maquinaria del Estado. Así, solo la vía parlamentaria y electoral, pacífica y colaboracionista, que priorizara los cambios en el nivel jurídico-político daban sentido al planteamiento de los socialistas.
Por el contrario, los bolcheviques advertimos la urgente necesidad por asaltar al Estado y sembrar en él instancias de contrapoder que expresaran la democracia directa y el Poder Popular, para garantizar su progresiva y segura disolución.
Después de 10 años en este proceso bolivariano, la lógica dominante, funciona en base a la progresiva ocupación burocrática del Estado. La preeminencia de la lógica electoral en los principales instrumentos (MVR y PSUV) así lo demuestran. El desespero por ganar gobernaciones, alcaldías, curules de la AN y hasta las vocerías de los consejos comunales sin importar el medio ni el costo ético, es una obsesión que priva en el accionar de los compatriotas socialistas, dejando de lado el necesario carácter orgánico que se debe tejer en el cuerpo revolucionario de las masas. La idea de teñir de rojo-rojito ministerios, gobernaciones y alcaldías “para que el pueblo gobierne” y el sacrosanto manto divino arrope nuestra patria socialista, no deja de ser un mero deseo que desconoce el hecho de que ese Estado posee una fuerza y una racionalidad propias difícilmente debilitada por esta concepción, y que se expresa en la corrupción, la ineficiencia, el burocratismo, el caudillismo y el infantilismo del que hacen gala muchos cuadros del proceso.
Después de 10 años, una suerte de estatismo burocrático momificado pretende detentar el poder, cuando el mismo no es una sustancia cuantificable que se encuentre en los órganos del Estado y podamos arrebatárselo con las multitudes. Ese estatismo burocrático viene “a paso de vencedores” relegando al olvido la importancia de la lucha de masas en esa estrategia del proceso de transición al Socialismo, y que se expresa en la alienación de los consejos comunales, el fracaso de los fundos zamoranos, el enquistamiento de las misiones sociales y educativas y el desencanto progresivo de las masas.
Impulsar en este momento, un proceso de rupturas específicas en el Estado al calor de la lucha de masas que fortalezca los órganos del Poder Popular; el reordenamiento total de la alianza entre las clases populares respetando el necesario liderazgo de la clase obrera en las diversas trincheras; reconocer las limitaciones y peligros que se encarnan en el principal instrumento de la Revolución, son exigencias básicas del momento que, sumadas al liderazgo inequívoco de Chávez permitirán avanzar hacia el Socialismo y romper esta “crisis de Estado” en la cual nos encontramos.
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